Tengo los ovarios enormemente chocolateados.
Hoy me he levantado normal, energética y cuasi racional. Me
he movido por casa de aquí para allá, y ya que el día me pospuesto los planes
he ido creándome otros nuevos a medida que avanzaba la mañana. He ordenado aquí, he desordenado allá, he
reordenado acullá. Me he subido, me he
bajado, y no me he centrado en absoluto. He salido corriendo a la calle
lluviosa a por algo de repente imprescindible, diez minutos después he entrado a la carrera empapada y cargada. He hecho, he
deshecho y cuando ya tenía la espalda y el resuello al borde del colapso… zas!!
Esa sensación, esa pequeña y casi imperceptible sensación,
que sólo tú lectora podrás comprender.
Ese pequeño pero insistente calambre abdominal, acompañado
de una sensación pastosa en el tiro de las bragas. Es como si no estuviese
ocurriendo, porque es algo más de sexto sentido que físico. Es ese ser mujer y
saber bajarte el pantalón y la ropa interior, para averiguar si efectivamente
está. Y por supuesto está.
Y una siempre llega antes de la que podría haber
sido la debacle. Si no tuviésemos ese
don, estaríamos condenadas al eterno remojo
y frote de nuestros pantalones.
Y es aquí cuando aparece el hijoputa de Paulov. Es cuando impepinablemente, al calzarte la compresa, tus ovarios se
chocolatean. Se vuelven enormes, se
hinchan, se inflaman dolorosamente, y se convierten en huevos de pascua. Y te hacen la pascua.
Porque lo común sería atiborrarse de analgésicos
anestesiantes y seguir tu día con total normalidad, mientras intentas adivinar
a qué huelen las nubes y si sería un buen día para comenzar a montar a caballo,
pero… nos habíamos olvidado de Paulov, y
el momento fondant.
Ése en el que la lengua comienza a salivar cantidades
industriales de baba, y una corre irrefrenablemente a la despensa, a la nevera,
al cajón de los cubiertos, al estante de los platos, al armarito de los vasos y…
¡¡¡Noooo, no hay chocolate ¡!!! ¡¡¡
Mierdaaaa!!!!
Y la cabeza te pica, y te tiemblan las manos, y un sudor
frío se apodera de ti, y afuera llueve, y crees que la última vez que pasó, en
el ultramarinos chino no tenían turrón de chocolate, y tienes los pies helados, y los ovarios cada vez más chocolateados, y… ahí, a
tu lado, mientras sufres y padeces esta gran catástrofe, está tu príncipe azul
disfrutando la siesta a pierna suelta y con la baba colgando.
Y yo ahora voy,
compresa en mano, y me cago en Perrault, en Andersen y en los hermanos
Grimm!!!!