Salió de casa veloz como el rayo a desenvolver la mañana.
Tenía prisa, no podía llegar tarde.
Apuró los pasos doblando la última esquina de la vergüenza,
y poniéndose de puntillas sobre los zapatos de charol para las ocasiones, deshizo el lazo con dos tijeretazos de besos.
Y las capas de la mañana se le desparramaron en cascada
infinita empapándola por completo y sin remedio.
La envolvió un remolino de
colores, texturas, visiones y
palabras maravillosas y preciosas, teñidas con olor a café con naranja.
Absorbida y abrigada por el aroma, tropezó con el quicio del
mediodía, y de la mano del conejo blanco
se adentró en la caja.
Olía a hospitalidad recién pintada. Y se dejó llevar, y se
dejó viajar.
Todos y cada uno de los habitantes, me fueron
presentados. Todos y cada una de las
puertas del reino, me fueron abiertas. Todos y cada uno de los tesoros ocultos, me fueron mostrados. Pero todos y cada uno me los quedo para mí.
Y ya apurada, desenvuelta, desnuda y devorada la mañana por la noche. Ya de vuelta, ya en
casa. Ya con los zapatos de charol en el
vestidor, y los pies en zapatillas. Dalicia se acuerda del conejo y escribe,
gracias…
… Gracias porque todos y cada uno de los minutos de esta
mañana han sido un regalo.