viernes, 30 de noviembre de 2012

Me regalaron la última mañana de noviembre



Salió de casa veloz como el rayo a desenvolver la mañana. 

Tenía prisa, no podía llegar tarde.

Apuró los pasos doblando la última esquina de la vergüenza, y poniéndose de puntillas sobre los zapatos de charol para las ocasiones,  deshizo el lazo con dos tijeretazos de besos.

Y las capas de la mañana se le desparramaron en cascada infinita empapándola por completo y sin remedio.

La envolvió un remolino  de  colores, texturas, visiones  y palabras maravillosas y preciosas, teñidas con olor a café con naranja.  

Absorbida y abrigada por el aroma, tropezó con el quicio del mediodía, y de la mano  del conejo blanco se adentró en la caja. 

Olía a hospitalidad recién pintada. Y se dejó llevar, y se dejó viajar. 

Todos y cada uno de los habitantes, me fueron presentados.  Todos y cada una de las puertas del reino, me fueron abiertas. Todos y cada uno de los tesoros  ocultos, me fueron mostrados.  Pero todos y cada uno me los quedo para mí. 

Y ya apurada, desenvuelta, desnuda y devorada  la mañana por la noche. Ya de vuelta, ya en casa.  Ya con los zapatos de charol en el vestidor,  y los pies en zapatillas.  Dalicia se acuerda del conejo y escribe, gracias…

… Gracias porque todos y cada uno de los minutos de esta mañana han sido un regalo.
 

** Ilustración de Marta Gómez-Pintado **

lunes, 26 de noviembre de 2012

De cuando la felicidad fue encontrada y se partieron todas las manecillas de los relojes.




Amancio vivía en un minuto suspendido en el tiempo. 

Siempre era de día y nunca dejaba de ser de noche.  Atado a una nube por un hilo de silencio, viajaba sesenta segundos por todo el mundo. Y veía cosas maravillosas.

Nunca pudo contarlas.  Jamás se encontró con nadie. Y aunque hubiese querido, en el segundo 59 la lengua se le deshacía  en amnesias  con sabor a olvidos.

Llevaba los bolsillos llenos, de experiencias y remiendos, que se le iban cayendo sin ruido por entre los agujeros, dejando un olor  a castañas asadas en la lumbre del invierno.

Iba donde el viento le llevaba,  desde el día que la monotonía se le puso en huelga.  

Si llovía la ilusión le guarecía, y  si enfermaba la medicina del tesón lo reforzaba. 

Y mientras aquí pasan las horas y los días, incluso los meses, todos igualmente grises y empedrados.  Amancio sigue en las nubes apurando su minuto.
Saborea cada segundo de manera infinita, guardando cada matiz en el alma y cada aroma en el quicio de un latido. Siempre con los ojos cerrados para no perder nada de lo que ve, y siempre con las ideas abiertas para no dejar escapar nunca nada de lo que aprende.

Y ahí vive, feliz, siempre colgado en su minuto, que es pequeño, pero es grande y es su vida.
Porque Amancio descubrió el secreto el día que le dijeron que se iba a morir:   Salir a cazar el tiempo, exprimirlo, amarlo, domarlo y ponerle un cascabel de presente eterno.  


viernes, 23 de noviembre de 2012

Delineame...




 

De tu cama horizontal a mis besos, un anhelo.

De mi sonrisa vertical a tus labios, un suspiro.      
        
De nuestras curvas inclinadas al placer, siempre el cielo.

martes, 20 de noviembre de 2012

Cogí un autobús y perdí una pinza...




Diez minutos después de esperar congelada bajo la mampara de la parada, llega el autobús.

Y como siempre te subes, pagas el billete y caminas por el estrecho pasillo hacia la plataforma central.

No hay asientos libres, algo normal. Te apoyas sobre el cristal empañado mientras con una mano te sujetas a la barandilla y con la otra regulas tu mp3. Levantas la cabeza aburrida mirando en derredor, y es entonces cuando lo notas. Una sensación extraña. Algo que te había pasado desapercibido hasta hoy.  Algo tremendamente inquietante… ¡viejos!  ¡Ancianos! 

Acongojada paseas la vista en un ángulo de 180 grados y tus ojos sólo ven: ¡viejos!  ¡Personas mayores!
59 ojillos arrugados me miran con sonrisa bonachona. ¡No me fío!
Ellos, casi todos llevan paraguas y bufanda. Ellas, casi todas llevan carmín y pendientes muy dorados.
Ellos y ellas casi se descoyuntan  en cada frenazo del  autobús.

Yo, comienzo a temblar.
Mi mente no para de contabilizar, de multiplicar, sumar y desglosar. Veamos:  hay cinco veces más arrugas que  en una tienda de Adolfo Domínguez,  hay kilos superlativos de tela de boatiné formando abrigos,  hay infinitas cataratas  más que en Iguazú,  más calvas que en un almacén de pelucas,  más calcetines de rombos que en el armario de Carlton…  creo que me estoy mareando!.
Y entonces surge la gran pregunta: ¿ Adónde irán todos?.  Dejamos atrás una, y otra, y otra parada y ninguno se baja. En cada una de ellas suben un par de viejos jubilados más.

Hasta final de trayecto. Donde todos abandonan sus sonrisas postizas y sus buenas costumbres, y se hacen un ovillo compacto de codazos y bolsazos que pugnan por salir allende las puertas, todos al mismo tiempo.
Bajo la última.  Y en la parada, una fila, inmensa, larga, infinita y llena de… ¡viejos!   dulces ancianitos.

Enfilo la acera y mi destino, preocupada, pensativa.  Dejo atrás escaparates, compradores,  transeúntes y mis pasos, no me cruzo con ningún viejo abuelo.  Es un misterio.
Creo que por unos  cuantos minutos he viajado a un mundo paralelo, uno que es muy parecido a éste, pero no es el mismo.  He tenido una experiencia extrasensorial.  He sufrido un viaje astral.  He sido abducida por un lugar donde los  viejos  ancianos se tele transportan en manadas de un autobús a otro en un bucle espaciotemporal infinito. 

Sacudo la cabeza, intentándo despojarme de  esa estúpida teoría.  Apuro el paso hasta llegar al semáforo. Y mientras espero a que de rojo pase al verde observo atónita como pasan un par de autobuses…¡¡ llenos de viejos!!

domingo, 18 de noviembre de 2012

Adiós, Payaso, adiós

 
Hasta siempre Miliki!

Gracias por acompañarme en todas las meriendas de pan con mantequilla de mi niñez  junto al televisor. Gracias por preguntarme siempre como estaba. Gracias por dejarme  darle de comer bolitas de anís al ratón de Susanita. Gracias por poder ayudarme a decirles  adiós a Don Pepito y a Don José. Gracias por presentarme a la gallina Turuleca, por montarme en el auto de papá y por hacer que me picase la nariz. Gracias por hacer que la ventanita en blanco y negro de mi salón, cada tarde, con  vuestra función, se llenase de color.

¡Buen viaje! Arriba te esperan Fofó, Gabi y el Circo que nos alegraba siempre el corazón. Te llevas contigo un pedacito muy grande de mi infancia.

viernes, 16 de noviembre de 2012

Le Desahuciaron la Vida




Mientras se asomaba al alfeizar se presignó. Nunca había sido creyente, pero en aquel momento un porsiacaso silencioso le obligó a hacerlo. 

Dudó un instante, siempre había tenido vértigo. 

Miró hacia atrás, donde ya  no quedaba nada, y ésa visión le produjo un vértigo todavía más insoportable que su propio miedo. 

Se asomó un poco más, cerró los ojos, y se dejó llevar.

Mientras caía, cientos de recuerdos  se tatuaron en el interior de su frente:  

Aquel día  de verano en el que le entregaron las llaves de su piso y fue feliz.

Aquel día lluvioso de abril, en el que cruzó el umbral de la puerta con su primer hijo en brazos, y fue feliz.

Aquel día en el que cumplió cuarenta, y el salón se llenó de abrazos y cariño cuando soplaba las velas, y fue feliz.

Aquel día en el que llegó la carta de desahucio y fue el principio del fin.

Fue justo con esa visión, cuando un ruido sordo acompañó a su terrible encuentro con la acera.  No sintió nada.  Se le partió el cráneo de manera instantánea.

Un reguero espeso y cálido cubrió las losas. 

La gente sólo vio sangre, no supo ver que se le desparramaron los sueños.