Recién estrenada la mañana, llamaron al timbre.
Todavía somnolienta, corrió de puntillas sobre el frío pasillo de parquet para abrir.
En el descansillo le recibió un sudamericano con visera que le lanzó ambas manos a golpe de: ¡Es para usted!
En una mano, una rosa roja, en la otra una hoja de albarán color sepia con un bolígrafo dispuesto para firmar.
-¡Oh, no! -Pensó para dentro de su pijama- ¡Ya está aquí otra vez, no puede ser! Vuelve a ser San Valentín.
Y tras estampar su firma, escupir un hasta luego rápido y dejar presurosa la flor en la cocina, volvió a arrebujarse en la cama para ver, si con un poquito de suerte, le ganaba el sueño otra vez.
El sonido de un ring estrepitoso la sacó de un principio de duermevela la mar de esponjoso. Y una vez más, legaña en ristre, bostezo en mano y un taco obsceno en la comisura de los labios, volvió a ganar el pasillo a la carrera para abrir de nuevo la puerta.
Esta vez, un oriental sonriente y dentón, le estampó a los ojos sus puños cerrados y llenos al ritmo de: ¡¡ Es “pala” usted!!
Entre sus manos, un ramo inmenso de variadas flores recogidas con armonía en papel maché.
Tras una nueva firma, y un adiós apurado. Apartó el buqué junto a la rosa. Y se dispuso, obviando sus ganas de dormir, a desayunar.
No había llenado del todo su vaso del recién exprimido jugo de naranja, cuando una vez más, un timbrazo inundó el piso.
Blandiendo el exprimidor de plástico amarillo en una mano, y una mala hostia en ciernes en la otra, enfiló el puñetero pasillo para abrir con desmesurado ímpetu la puerta.
Un rumano bajito con una chapita de “Floristería Pitiminí” en la solapa, asemejó que iba a abrazarle la cintura, al grito de: ¡¡¡ Es “parra” usted!!!
Y su entrepierna recibió una encantadora cesta de artísticas orquídeas formando un corazón.
Fue la gota que colmó el vaso. Mientras el pobre rumano recibía un portazo en las narices, ella, con la rabia colgando, dejó de mala manera la cesta y el exprimidor encima de los demás regalos florales y se apresuró como alma que lleva el diablo al teléfono.
Descolgaron al tercer tono, y presa de una furia sin medida gritó: ¡Ya está bien! ¡Todos los años igual! No me gustas , no me interesas, deja de acosarme. Por más flores que me mandes tú seguirás siendo siempre un capullo!.
Y colgó. Y abrió de par en par la ventana sabiendo lo que se avecinaba el resto del día.
El barrendero de la zona, en su ronda nocturna, nunca supo cómo llegó a parar a la acera, aquella escultura informe y deforme de kilos de flores espachurradas, coronadas por un exprimidor de plástico amarillo encima.