Recuerdo mis primeros libros, todavía los tengo.
También los segundos, y los siguientes, y los más nuevos; ahí están.
Cierro los ojos, y los veo allí apilados. Son cientos.
Toda mi infancia, mi adolescencia y mi juventud pasadas por el tamiz de las letras impresas.
Toda yo, mi piel y mi esencia acariciada por la brisa de las hojas leídas.
Llegaron a mí como maravilloso regalo unos, otros a golpe de ahorro peseta a peseta; y todos fueron un pasaje gratis para éste, mi otro lado del espejo.
Compañeros fieles parapetados tras el libro de estudios, bajo las horas de las sábanas nocturnas prohibidas, en las escapadas furtivas de la merienda y en los peligros del cuarto de baño.
Cada volumen puñados de sueños, manojos de viajes, pellizcos de películas que quedarán por filmar. Están ahí, desordenados todos, añejos de puro usarlos, y nuevos de tanto mimarlos.
Cada ejemplar un tesoro infinito, un recuerdo jamás olvidado, un pedazo prensado de mi vida, del que nunca me podré separar.
Son mi historia, son mis sueños, son yo misma.