lunes, 14 de marzo de 2016

Miedo de cuatro letras.

Miedo, miedo, miedo. Todo el miedo del mundo bajo mis sábanas de madrugada. Cuando llegas de nuevo, cuando todavía no te has ido, y hace tanto que decidiste no estar, que no estás. Y sin embargo te traigo, una y otra vez, como un mantra, como una melodía terrorífica, como un veneno lento pero seguro.

Seguridad. Jamás la hubo, jamás la habrá. Menos que nunca, menos que antes del antes, menos que mañana. Gracias a ti tengo miedo de todos los demás. Gracias a ti he visto que hay gente sin alma. Tengo pánico a nuevos zombies. Que vuelvan a alimentarse de mi cuerpo y de mis almas, de mis vidas, y mis muertes, de mis sueños y mis risas. 

Alguna vez fui alguien. También tenía miedo, pero no de esta clase. Pasaste por mi, me moliste a palos la vida, y ahora soy una yonki. Enganchada a tu miedo. A tu silencio. A tus mentiras. Con una venda en los ojos como los burros, como las acémilas menos inteligentes, dando vueltas al mismo molino, escribiendo palabras que no leen tus ojos, esos ojos que me besaban con te quieros, con princesa, con soy yo, somos, seremos, viviremos, lo veremos, nuestro es el mundo, y nuestras todas las posibilidades. La verdad sólo fue mía. Usaste mi cuerpo y mi mente, y aquí está este trapo, un guiñol atado a tus cuerdas, enfrentada a los días sin luz, a las noches sin sueño, a las semanas y meses, sin futuro, sin camino, sin más que unos dedos llenos de lágrimas torpes y desordenadas que ya ni saben por qué lloran, ni por quien. Nadie. Nada. 

Deseo más que a nadie y a nada, que seas nada, que seas nadie, que dejes de ser, que la mente te borre, que la vida te mate, que la muerte te lleve, que no existas. Yo no lo hago desde hace meses, Recuerdo aquel cuchillo con el que me mataste. Fue certero, tanto que sigue horadando mi carne podrida, mi cabeza más podrida todavía. Podrido estuvo todo desde la mentira original. Sólo tenías imaginación para mentir, para fabricar felicidad y amor de cartón. Mojado, como estas lágrimas que llueven sobre mí, sobre las sábanas, el desayuno y el teclado. Vivo mojada, al amparo de un paraguas sin tela, que lleva tu nombre, y me da pulmonía. Pulmonía del corazón, que lo tengo perdido, allá en aquella botella que la marea nos trajo, en aquella playa, con la arena cuajadita de dolor. Ahora sé que eres malo. Tan simple como una frase infantil. Eres malo. Tan frágil como una niña de pecho que llora por la pérdida del seno materno, hambrienta sin la leche que mamó, y sin poder morder todavía la fruta que está por ser dulce. Maldito el amor. Malditos los que nombran al amor. Malditos los que usan al amor y le dan forma. Malditos los que matan por él, Malditos los que su amor son ellos, y entierran cadáveres enamorados cuando son lastre de su propia invención. 

Ya nadie está a salvo de nada. Ni de uno mismo. Soy mi peor enemiga, te fuiste a muerte, y soy yo la que se muere detrás la tapia, con la bala en el ombligo y la pistola en la sien. Cada día aprieto un poco, y tú, seguirás merendando cuando escuches a lo lejos el disparo. Por fin. Se acabó. Ya del todo. Maldita loca. Y aún así, era la cuerda. Por éso me ataste. 

2 comentarios:

  1. Joder, desgarrador, salido de unas tripas retorcidas y de ese sentimiento innombrable tan hermoso y tan cruel.

    Impactante cómo lo expresas. Impactante de verdad. Pero me da la impresión de que expresarlo bonito o feo, en este momento es intrascendente. Mucho, muchísimo ánimo. Y fuerza.

    Y un beso.

    PD- Escribes de puta madre. Importe o no.

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  2. Buffff, no puedo decir más.
    Brutal.
    Fuerza!

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